Dos cinzano rosso parecían marchitarse en la pequeña mesita orientada a la playa, al igual que el atardecer las bebidas se tornaban espesas y solitarias.
Ella condujo la segunda parte del viaje, él puso la canción que en otras largas noches intimidó a la luna. No se echaron de menos las palabras, iban hacia aquella playa y siempre habría tiempo para otros dos vermouth, del color que fueran. Entonces, él acarició su pierna y ella le cogió la mano.