La chica de los ojos vendados se subió al trapecio. El atardecer enmarcaba una imagen idílica llena de contradiciones. Podría haber sido filmado por cualquier realizador obsesionado con la fotografía y los instantes.
Ella se alimentaba de miradas, de guiños y sonrisas. Ella devoraba segundos de felicidad, los engullía, fotograma a fotograma, como si fueran piezas de un puzzle que nunca logrará acabar porque se ha hecho adicta a los infinitos.
Ha dejado de llover, aunque hay nubes en el horizonte el cielo parece en calma, y ahora la chica con los ojos despejados, se balancea mostrando sus habilidades como equilibrista.
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